La última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires, una astilla del clavo que supo atravesar sus empeines lo tuvo a maltraer con el detector de metales en Aeroparque. El carro celestial que su padre prometió que lo esperaría sobre Costanera no estuvo a tiempo y lo obligó a subirse a un taxi, cuyo conductor lo sometió a una prédica opuesta a sus enseñanzas, pese a llevar un calco suyo adherido al parabrisas.
La
última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires preguntó en la Secretaría de
Turismo cuál era el templo de moda a la hora de ir a patear mercaderes, y lo
pusieron al tanto de que la costumbre ahora era hacerlo frente a las terminales
ferroviarias. Le prohibieron caminar sobres las aguas del Riachuelo, y tampoco
pudo multiplicar sus peces, porque todos los múltiplos de cero, inevitablemente
dan cero.
La
última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires aprovechó un 2x1 en sangre de su
padre, durante un after mass en la zona de Palermo. Las hostias porteñas le
resultaron desabridas, pero antes que nada, inútiles a la hora de absorber la
salsa restante de su plato de fideos.
La
última vez que Jesucristo visitó Buenos Aires intentó persuadir sin éxito a dos
contendientes en una velada de boxeo, informándoles que si ambos se
encomendaban a su padre antes de la pelea, las solicitudes se anularían, porque
Él simplifica plegarias opuestas, usando la lógica de las ecuaciones
matemáticas.
La última vez que Jesucristo visitó
Buenos Aires se divirtió intrigando a una gitana que no supo interpretar el
hoyo que atravesaba la línea del corazón en su mano izquierda. Y si bien
durante su visita al cementerio de la Recoleta se tentó, no resucitó a nadie.
Cuando está de vacaciones, dice que no trabaja.
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